jueves, 21 de octubre de 2010

En Racing por boxeo

Habían pasado cinco días de la derrota de Racing ante Independiente por el gol de Cristian Báez. Pero los efectos devastadores de la derrota todavía se sentían en el ambiente. La tarde anterior las noticias informaron que la barra brava de la Academia le había rayado el coche a Braian Lluy, jugador del club, a manera de intimidación.

Pero, no por eso los ánimos en Racing irradiaban mala onda. De hecho, todo lo contrario. Al club de Avellaneda se había ido para verificar unos datos para realizar un trabajo sobre el boxeo en esa zona del conurbano, y la recepción fue buena.

Entrar al club no resultó difícil, sólo se tuvo que pronunciar una palabra, como si fuera una contraseña. Al decir “boxeo”, el hombre de seguridad, autorizado para decidir que personaje ingresa o no al club, indicó con su mano izquierda donde se encontraba el polideportivo. Lo que bastó para saber que el okey estaba dado.

Una vez dentro, y luego de informar a dos miembros del equipo de seguridad del club a que lugar se quería ir – por un Handy uno informó que íbamos “a boxeo”-, se pudo acceder a la pasarela que se extiende a lo largo de 60 metros entre las canchas de tenis y la zona de piletas para desembocar en el microestadio, zona del polideportivo.

A pesar de que eran antes de las cinco de la tarde y la temperatura era de 15º, a la derecha de la pasarela, en las seis canchas de tenis había mucha actividad. En algunas había gente mayor, jugando lo que intentaba ser un partido real. En otras, un profesor les enseñaba a unos veinte chicos como pegar de drive.

En cambio, a la izquierda, el lugar de piletas era muy diferente. Si bien para el verano faltan algunos meses, era muy difícil imaginarse ese lugar, que poseía agua de lluvia podrida en las piletas y los pastos largos al rededor, lleno de vida durante la época de colonias.

Los pasillos y pasarelas que posee el polideportivo podrían llegar a hacer que un distraído se perdiera fácilmente si no sabía cual escalera subir o bajar, siempre y cuando tenga entendido que debe subir o bajar alguna escalera.

“Para boxeo tenés que seguir derecho y doblar a la derecha allá, es un lugar como este”, indicó una de las tantas personas que estaban dando vueltas por el club. Cuando dijo “este” se refería a uno de los tantos locales que se encontraban en la galería en la que estaba el gimnasio de boxeo.

Al abrir la puerta del gimnasio cuatro pares de ojos se dieron media vuelta hacia la puerta. En el lugar había sólo cuatro personas: dos entrenadores y dos pupilos. Uno de los cuatro salió disparado en dirección a la puerta y extendió la mano respondiendo afirmativamente a la pregunta sobre si el era Silva.

Guillermo Silva, ayudante del entrenador Darío “El Colorado” Fernández, comenzó a hablar. Sólo una pregunta disparo media hora de charla. Silva hablaba como si fuera que no había tenido con quien hablar hacía muchos años. Pero en realidad era buena onda lo que lo llevaba a gastar tanta saliva.

Esa acción ara una buena señal, porque permitiría saber si el laburo podía prosperar.

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