El día comenzaba muy temprano en Brandsen. Mientras el gallo cantaba y despertaba a los camperos, las vacas, llenas de leche, esperaban a ser ordeñadas para no explotar. Es así, que a ellas acudía Juan, sin que nada lo impidiera. Mirando fijo al piso para no enterrar los pies en algún posible pozo lleno de barro, de esos que se generan cuando llueve mucho, o resquebrajando la escarcha en pleno invierno con las únicas zapatillas que tenía, el joven Juan Martín Coggi trabajaba en el campo.
La vida de uno de los boxeadores más destacados del país se encontraba lejos de los flashes fotográficos, sólo había llanura y aire fresco. Pero las cosas se iban a complicar. La ceguera que sufrió el padre de “El Látigo” no hizo otra cosa que obligar a Coggi a cargar con la responsabilidad de ser quien llevara dinero a su familia.
Pero, qué podía hacer un adolescente para cambiar el rumbo y mejorar la situación económica familiar. A Coggi se le ocurrió practicar boxeo, ese deporte que cuenta con una gimnasia excelente y te obliga a pegar sin dejar que te peguen. Una actividad completamente incierta desde el punto de vista económico y peligroso desde lo físico. Pero cómo no hacerlo si sus condiciones lo destacaban entre los demás.
La era amateur de “El Látigo” no hizo otra cosa que impulsarlo rápidamente al profesionalismo gracias a su gran poder de noqueo. La primera pelea la realizó el 2 de abril de 1982 en La Plata contra Horacio Valdez, a quien noqueó en el cuatro round. Tantas ganas de alcanzar la gloria y sumar dinero tenía Coggi que para el final de ese año había peleado, y ganado, siete veces.
Pero recién seis años después, en su novena presentación en el Luna Park, “El Látigo” alcanzó el título de superligero argentino. Lo que lo impulsó, menos de un año después, el 4 julio de 1987, para ganar el campeonato mundial de la AMB al enfrentar a Patrizio Olivia en Sicilia, Italia, lugar en el que el argentino era recibido y apoyado como si fuera local.
El nuevo campeón, quien nació en Fighiera, Santa Fe, en 1961, fue recibido en la casa de gobierno por el presidente Raúl Alfonsín, y los flashes de las cámaras comenzaron a acompañarlo para retratar su vida. Una vida que había pegado un giro de 180º.
Pero, como las buenas rachas suelen terminarse, “El Látigo” perdió el título luego de defenderlo en trece oportunidades contra el yanqui Loreto Garza en Francia, en 1990. Luego, tuvo que esperar tres años, en los cuales se presentó otras siete veces en el ring, para ganar por segunda vez el cinturón, al noquear a Moris East en el octavo round, en Mar del Plata.
Para ese entonces, Coggi se iba de vacaciones a lugares como Disney, un claro ejemplo del cambio que se había desarrollado en su vida.
Pero la primavera terminó cuando se cruzó a Frankie Randall, su gran rival. “El Carnicero” le arrebató el título por puntos en Las Vegas en lo que fue el primero de sus tres encuentros. Para la primera revancha, Coggi recupero el título. Pero como Randall protestó el fallo de la pelea, Coggi tuvo que darle una segunda revancha el 16 de octubre de 1996. La cual perdió por puntos en la Sociedad Alemana de Villa Ballester.
Luego, la carrera de “El Látigo”, a los 35 años, comenzó a decaer y sólo volvió a pelear por un título (UMB) en la que fue su última pelea como profesional contra Michele Piccirillo en Italia. El encuentro lo perdió por puntos y de esa forma, dejó un record de 82 peleas. De las cuales ganó 75 (44 KO), perdió cinco y empató dos.
Sabiendo que su gloria no le iba a durar para siempre, Coggi había comenzado a invertir plata en negocios personales. Una empresa de camiones fue una de las actividades que llevó a cabo para que su historia no coincidiera con la de los boxeadores que terminan en la ruina financiera. Pero al sufrir juicios de empleados a los que había contratado por ser amigos, se quedo sin nada. Esto lo contó cuando aclaró que el promotor Osvaldo Rivero no le había robado plata como en algún momento se dijo.
Hoy, Juan Coggi se encuentra entrenando a su hijo en el gimnasio del club Argentino de Quilmes. Lugar en el que enseña boxeo, entre otros, a chicos de la calle con el fin de ayudarlos bajo el concepto del desarrollo físico y personal. Por otro lado, asegura que no puede dormir al extrañan la adrenalina que sentía al subirse al ring. "Muchas veces son las cuatro de la mañana y no paro de dar vueltas en mi casa", comentó "El Látigo", lejos de lo que fue, pero feliz de lo que es.
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