Pérez, además de ser el descubridor y entrenador de toda la vida de Yesica Bopp, a quien llevó hasta el campeonato mundial, es un hombre muy tranquilo, sencillo y directo.
En el Pascual Pérez, a pesar de que es lunes y está lloviendo, los chicos con sueños en los puños no dejan de llegar. Sogas, bolsas, guantes, equipo de audio, respiración y órdenes que se desprenden de los labios de Delfino es lo que hace pensar que se está en un oasis suburbano donde la lluvia no genera ningún problema.
Cuando los chicos empiezan a trabajar uno puede pensar que se encuentra en un loquero. Hay bolsas que van y vienen impulsadas por golpes sin definición. Mientras, en la otra punta del lugar, otro realiza trabajos de elongación al tiempo que admira a quien salta la soga sin que se le enrede nunca en los píes.
El tiempo corre y al loquero se lo apoderan los “locos”. Ya hasta hay gente arriba del ring tirando guantazos a focos. El olor a transpiración pasa a ser el perfume que inunda el ambiente. Los ruidos provocados por los cuerpos en constante movimiento se mezclan con la música –la cual parece que nadie está escuchando- y ensordece a quien no esté acostumbrado.
Delfino Pérez con los "locos" en la escuela
El desorden es general en el Pascual Pérez, por momentos se convierte en un caos, es imposible de encontrar un lugar, aunque sea un rincón, sin una presencia humana en constante movimiento. Se puede sentir el éxtasis que los cuerpos desprenden para demostrar que su droga, la gimnasia, está pegando muy bien.
Luego de uno hora de descarga generalizada, el Pascual Pérez se calma, parecería que los “locos” por fin se cansaron. El lugar no deja de ser un loquero, pero ahora es un loquero con “locos” agotados y música baja. Algunos dan vueltas con la cabeza gacha mientras otros reposan sus brazos sobre sus cinturas. Otros hablan entre sí, aunque no se puede distinguir qué se dicen.
De repente, Delfino Pérez, quien parece un “loco” más por la ropa deportiva con la que está vestido, comienza a dar vueltas por el lugar. Le dice cosas a sus alumnos, hablando muy bajito, para que no escuche nadie más que el receptor del mensaje. Parece que disimuladamente les dice qué deben hacer. Puede que les pida menos descontrol, más tranquilidad. En definitiva, quién quiere tener una escuela de boxeo apoderada por “locos”.
Pero no, nadie se calma, todos comienzan otra vez a demostrar su excitación. Vuelven a moverse las bolsas y las sogas. El ring otra vez se encuentra habitado por los “tira piñas”, mientras el volumen de la música se vuelve a elevar.
Todo sigue igual, los “locos” no se controlaron, van de un lado a otro y se ven muy felices, como si este lugar sea único e inigualable para soltarse. Un sitio en donde controlan sus diablos y la locura la descargan con felicidad.
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